Sabores que hablan de tierra, memoria y arte en Cícero

En una noche tibia de septiembre, caminé por Chiado para entregarme a una experiencia que prometía más que alimento: una colección de otoño firmada por las chefs Alessandra Montagne y Ana Carolina Silva.

Al cruzar la puerta del Cícero, el espacio ya me hablaba. La sala, pensada como galería y templo del sabor, exhibe obras del modernismo brasileño, donde la mirada se pasea entre los colores de Cícero Dias y los aromas que emanan de la cocina abierta. Todo en este lugar parece estar tejido con intención: lo visual, lo táctil, lo gustativo.

El Amuse Bouche fue el primer acto de esta sinfonía otoñal: un pastel de nata de couve-flor. Crujiente, delicado y cálidamente vegetal. El guiño a la tradición portuguesa llegaba disfrazado de sutileza contemporánea.

Luego, llegaron las Memórias Afetivas, un trío de bocados que abrazaban raíces brasileñas con una elegante irreverencia: coxinha de frango perfectamente crocante, un dadinho de tapioca que recordaba infancia en cada mordida, y un pão de queijo coronado con caviar —un choque armónico entre lo cotidiano y lo lujoso.

La primeira entrada fue pura frescura y geometría: robalo curado, camarão, manga e leite de tigre. Un ceviche sofisticado, donde la acidez del tigre acariciaba en lugar de morder.

En la segunda entrada, el bosque se hizo líquido. Un velouté de cogumelos, sedoso, envolvente, interrumpido por la textura viva de los picles botton y el crocante del sarraceno. Un plato vegetal con alma, perfecto en su aparente simplicidad.

El primeiro prato trajo el mar de vuelta a la mesa: peixe do dia —fresco, firme— acompañado de una sauce vierge que honraba el final del verano. Los legumes da estação completaban el cuadro con colores cálidos y texturas precisas.

Después, el plato que se llevó la experiencia: pato em texturas. Crujiente por fuera, jugoso por dentro, acompañado de una polenta cremosa, hojas de jambu que adormecían la lengua y un delicado hilo de tucupi que recordaba el Amazonas. Un plato denso en historia y matices.

El terceiro prato, un duo de porco con puré de feijão branco fumado, elevó la rusticidad a categoría de arte. Las notas aromáticas del cumaru y el exótico puxuri hacían que cada bocado cerrara los ojos y viajara.

La transición hacia el dulce fue perfecta: maçã verde, hortelã e espumante rosé como pré-sobremesa. Un interludio fresco y burbujeante que limpiaba el paladar y abría paso al acto final.

Y qué final: un cremoux de chocolate profundo, equilibrado por el maracujá, con un praliné de avelã que aportaba textura, y notas inesperadas de beterraba y coentro que jugaban entre lo vegetal y lo floral. Una sobremesa que desafía sin perder el placer.

Salí de Cícero como quien despierta de un sueño lúcido: agradecida por haber participado de una experiencia donde cada plato contaba una historia, y cada historia era contada con técnica, emoción y belleza. Esta “Coleção Outono” no es sólo una cena: es un manifiesto de identidad, memoria y territorio.

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